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Galería GH40. I Sala Rivadavia. Diputación de Cádiz I Escuela Superior de Arte, Pedro Almodovar

Tierra Esencial

 

Hace unos meses tuve la oportunidad de ver la exposición El tapiz de la Tierra de la artista Candi Garbarino, en la Galería GH40, en San Fernando. Siendo aquellas obras las mismas que se muestran ahora, me sirve, para iniciar estas letras, recordar la impresión que entonces me produjo la contemplación de aquel conjunto de pinturas que emanaban una intensa energía.

 

En efecto, al ingresar en la sala el espectador se sentía inmerso en los movimientos de una fuerza telúrica, que adivinaba ser la misma fuerza que a diario agita la Naturaleza, provocando los amaneceres, eclosionando las múltiples formas del mundo vegetal, convocando las brillantes atmósferas que la luz hace diáfanas y transparentes, conduciendo las aguas, los fondos marinos, las algas, las piedras, los montículos, las primeras briznas verdosas….todo agitándose con el dinamismo y los colores de un momento inaugural, lúcido y sin mancha.

 

Era, es, el Tapiz que cubre nuestro suelo, y lo que por encima de él es lugar de los aires, y por debajo, las sonoras profundidades que no ocultan sino tesoros vivos. Hojas, pétalos, corolas, líneas sinuosas que sugieren animales marinos, conchas, olas y espumas….Las paredes totalmente cubiertas de gritos de color, de tácitas voces que a todos indican cual pueda ser la posible belleza del mundo que habitamos antes de su pérdida.

 

Para plasmar todo ese movimiento vital, la artista no recurre sino a plasmar, deteniéndolo un segundo, el movimiento generador. Es decir que no recurre a la figuración, a “retratar” cada elemento nacido, sino que, continuando los  contenidos estéticos de su ya fecunda carrera, ahonda en esa suerte de abstracción lírica (por usar una de las etiquetas que han definido un importante modo de pintura abstracta en nuestros siglos). Así, sobre las líneas compositivas despliega un asombroso juego cromático que vira entre dos polos: los rojos-bermellón, los amarillos anaranjados, los ocres cálidos… y frente a ellos los profundos verdes azulados, los azules violáceos…Todo lo del Fuego y todo lo del Agua, uniendo esos contrarios en una delicada y enérgica síntesis.

 

Si todo se mueve, se genera,  nace y desaparece, lo hace mediante una paciente superposición de veladuras. Nada opaco, todo translúcido. Y ello merced a la técnica empleada que une el collage y el temple a la cola. Sobre la imprimación del soporte la artista comienza extendiendo delgadas capas de pigmentos disueltas en agua-cola para establecer el lecho de la pintura. Luego interviene el collage realizado con papel de seda que va matizando el primer estado, provocando sutiles gradaciones de color, haciendo las sombras más profundas, resaltando las formas…Y así,  siempre hay una luz al fondo, un tono que vibra, unas casi-figuras que surgen y desaparecen indicando que son o pueden ser,  o van a ser flores, ojos, aguas estancadas, vuelos. No son identificables, son invitaciones para un viaje. 

 

“Meliora latent”, dice el latino. Las cosas mejores permanecen ocultas, o alargando el significado, lo importante no se ve. La pertinaz obstinación del Realismo, empeñada en hacernos creer que lo que se ve es lo que existe, aquí no cuenta. Lo esencial, lo mejor, está bajo la primera apariencia. Esta es la verdad desvelada por Garbarino al tejer con agua, pigmentos, papel y cola, el verdadero tapiz que pisamos, respirando y oliendo,  contemplando su riqueza, a veces, por última vez.

 

Manuel Caballero

Pintor, Comisario de Exposiciones y Crítico de Arte

 

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