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Candi y el ultimo drago

 

Cuando el último drago de Cádiz caiga bajo el golpe del hacha de la incultura o segado por la espada de la indiferencia, la ciudad será inevitablemente tragada por las aguas del océano volviendo al lugar de donde vino.

 

Es la leyenda, la leyenda de los dragos. Pero, sin duda, es una pena que en vez de ser una impostura, como toda leyenda, no sea una verdad incuestionable.

 

Y es que el drago es el árbol -si es posible llamarlo así- más genuinamente gaditano. Este fósil antediluviano como un dragón, es un ser vivo único. Tan vivo que los antiguos creyeron que manaba sangre: su resina roja, que en tiempos pretéritos fue un remedio casi mágico. “El árbol que suda sangre” lo denominó Dante.

 

Hoy día, el drago es un árbol puramente ornamental; no tiene otra utilidad. Aún así sigue fiel a la norma vital de los árboles: darlo todo sin pedir nada a cambio. Los dragos, pues, viven porque el hombre así lo quiere. ¿Hay mayor prueba de civismo?

 

Sin embargo los dragos de Cádiz están severamente amenazados. La “palmeritis” municipal amaga con convertir a la ciudad en un Malibú de casapuerta. Los amenazan la incultura y la negligencia que han dejado morir bellos ejemplares como el de las Puertas de Tierra o el de Tinte, por mencionar las víctimas más recientes. Los amenazan, en fin, el incivismo y la barbarie.

 

Así que creo que es justo que se cumpla la leyenda. Es razonable que Cádiz quede sumergida por aniquilar a sus propios dragos. Nos lo merecemos sin duda.

 

A mí me importa poco la otra leyenda, la más trillada, la de Hércules y Geryon, tan falsa como todas, pero sé que al final todo cuanto prevalece queda en la voz de los poetas y en la mirada de los artistas.

 

Así, de nuestros dragos nos quedarán las gallardas espadas afiladas de sus hojas vistas por los ojos de Candi Garbarino, nos quedarán sus erizadas copas verdeazuladas bajo la luz impetuosa de Cádiz, nos quedarán sus cortezas de sus troncos retorcidos como la piel de un viejo saurio. Serán de Candi los azules imperceptibles y soberbios de los dragos gaditanos.

 

De esta manera los dragos vivirán por todos nosotros cuando ya nos haya tragado el mar.

 

Aunque cabe la posibilidad de que las pinturas de Candi nos rediman de ese deshonroso final. Tal vez.

 

Yo al menos lo espero.

 

Pepe Pettenghi

Profesor

 

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