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Una marea azulada en el museo

 

“La pintura de la artista Candi Garbarino fortalece plásticamente la realidad que se plantea, con creaciones de suma fortaleza cromática”

 

El nombre de esta artista lleva mucho tiempo ocupando un lugar de importancia en el tejido cultural y artístico de Cádiz. A su condición de pintora en ejercicio hay que sumar su pertenencia a uno de los colectivos plásticos de más trascendencia en los últimos años en la ciudad, el grupo Cádiz 90;  fue directora del Museo de Cádiz;  ha sido profesora de Dibujo del Instituto Columela y ha dirigido una galería de arte que tuvo su sitio, aunque corto, en el arte gaditano. Es, por tanto una  personalidad en el mundo artístico de la capital y de la provincia y alguien a quien se tiene muy en cuenta en el desarrollo de una profesión en la que ella siempre ha tenido bastante que decir.

 

En los últimos meses, Cándida Garbarino ha comparecido en la Sala Rivadavia y ha participado en otra muestra individual en Ciudad Real.

 

Ahora llega al patio del Museo gaditano para ofrecernos una exposición, amplia en cantidad y calidad, que constata la particularísima realidad de esta autora que lleva a cabo la pulcra manifestación de una pintura donde nada queda supeditado a los arbitrarios resortes de lo que meramente se experimenta, sino que recrea el testimonio de una idea, de una imagen, de un relato, simplemente, de una entidad artística, siempre, llevado todo a la practica con criterio,  rigor y solvencia creativa.

 

La exposición en el recinto museístico, plantea una pintura de suma fortaleza cromática que engloba y envuelve una representación que es elevada a la máxima potestad expresiva.

 

Su pintura fortalece plásticamente la realidad que se plantea. Una fauna marina, mediata o inmediata, sirve de elemento sustentante para formular el testimonio de un planteamiento colorista muy bien desarrollado que anula el sistema ilustrativo y da mayor efecto a la composición matérica. La pintora gaditana se sitúa en una especie de fondo marino desde donde compone un bello paisaje en verdes y azules que, por sí solo, constituye una sutil sinfonía de sistemas cromáticos, cuando aparece la todopoderosa figura del pez, adopta un mayor aporte plástico que da potencia visual al elemento representado y contribuye a un mayor expresionismo de una imagen que aparece llena de energía y entusiasmo pictóricos.

 

Lo mismo que ocurrió en su anterior comparecencia en la sala Rivadavia con aquella pintura de temática floral que quedaba supeditada a los efectos de una plástica contundente, ahora, Candi Garbarino se posiciona en los parámetros de una pintura circunscrita a la emoción arbitraria que produce el color, aquella que envuelve de fuerza y expresividad una realidad que subyace bajo las exuberancias de unos verdes y de unos azules expectantes y abiertos a todo cuanto determine su poder simbólico.

 

La pintora gaditana expone en el Museo que ella tuvo la oportunidad de dirigir. Las estancias que habitan los más inquietantes vestigios de la historia del arte se ven inundadas de las azuladas posiciones de una pintura figurativa a la que la autora ha diluido muchas vertientes representativas para dotarla de un especialísimo sentido plástico. De nuevo el nombre de Cándida Garbarino se nos hace presente con su potestad de buen hacer pictórico.

 

Bernardo Palomo

Critico de Arte

 

Museo de Cádiz

El Aura del Mar

 

Entre los poetas del sur hay un tema recurrente: el de la casa al lado o dentro del mar. Y eso es lo que ofrece la exposición Mar de Fondo, de Candi Garbarino: residencia oceánica.

 

El patio del Museo de Cádiz se ha transformado en un sueño de vidrieras turquesa, cobalto, jade, añil, en una catedral del agua y de la luz. Pasan rápidas sombras con un temblor morado. Saltan como espejos blancos los lomos de los delfines (los peces que sonríen). Gira un torbellino de seres tan diminutos que sólo se ve el hilo que hilvana la espiral. Flotan las algas. Respiran los corales. 

 

Me pregunto en qué radica el secreto de estas ciento veinte obras, que parecen carne de mar y no de lienzo.

 

El patio del museo, con su luz cenital y sus líneas puras, invita a sentirse sumergido. Vemos el mar desde dentro del mar que nos rodea. No son muros: son piel suave y traslúcida. Piel de anémona o de pétalo. A Garbarino le gusta utilizar los papeles de seda en el collage. El color que acaricia. 

 

Las piezas se despliegan con tanta naturalidad que parecen nacidas aquí. Que esto fuera el embudo germinal de la Atlántida.

 

No creo que esta concepción esté muy lejos de lo que hizo Monet con los nenúfares para la Orangerie: un santuario para la emoción del agua.

 

Es el azul un color espiritual que se aleja del espectador. Pero el azul turquesa lleva en su corazón la luz del amarillo. El azul todo lo desmaterializa y torna imaginario. Pero las partículas verdemar en suspensión son como una lluvia que fecundara la memoria sin límite del paraíso.

 

Y en el centro del color, el movimiento. Todo es espiral, ondulación tranquila que se expande más allá de los límites de un cuadro y prosigue en el siguiente, y luego en el siguiente, y luego en el siguiente. El ritmo es un amor que despierta la música del silencio. 

 

En este útero reverberante uno se siente criatura afortunada de estar viva. 

Es el aura del mar, el secreto de Candi Garbarino.

 

Ana Sofía Pérez-Bustamante Mourier

Profesora de Literatura Española, Universidad de Cádiz

 

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