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La progresión del artista

 

Discreta y silenciosamente pero con el extraordinario bagaje de su trabajo, Cándida Garbarino presentó durante la primera quincena de noviembre la colección pictórica ”Alameda de Cádiz”. Al tiempo no se trata tanto de la exposición de la “Central Lechera” bien compuesta y adecuada al marco, como de llamar la atención y llegar a análisis de lo que supone un importante paso adelante.

 

Distintas series, según técnicas con el tema de fondo de la Alameda, su vegetación y morfología, daban paso a una nueva aventura con la naturaleza y consecuentemente con su propia trayectoria. Expresionista pasional, Cándida Garbarino había acometido con anterioridad la vegetación de los jardines y el agua de las fuentes de forma indiscriminada e imprecisa, como de la misma manera lo había hecho, algo después con platos, frutas y manteles en su particular juego dialectico con la naturaleza muerta. En todos los casos, la aplicación sorprendente del color, manchas y pinceladas gruesas y pastosas, revelaba un mundo interior que desbordada su aplacada y aparente personalidad y que anteponía, sin ningún miramiento, las emociones y sentimientos a cualquier otra consideración.

 

Quizás, más domesticada, la colección de la “Alameda” supone una mayor subordinación a la forma. Una supeditación a unos contornos proporcionados por la ciencia bilógica que, además de la nomenclatura, determinaba las morfologías. Y eso era lo que se procuraba: la captación plástica y original de la flora de la Alameda, al cabo, gaditana. Personas y arquitecturas, incluso la visión globalizadora del pasaje, quedaban relegados a meros elementos complementarios. José Pettenghi, biólogo y profesor prestó el asesoramiento técnico imprescindible para poder pasar luego a los apuntes del natural, las fotos y las imágenes de la memoria.

 

En una labor artesanal, Candi fue reciclando a mano el papel soporte sobre el que, a su vez, fue proyectando las distintas técnicas. Tras los bocetos y apuntes se sucedieron las ceras y las veladuras con tintas, el collage, las planchas para el grabado, el linóleo y otros materiales sintéticos. Encáustica y acrílico completaban la colección siempre bajo el mismo y común denominador temático.

 

Si los apuntes y grabados nos ofrecían el inventario de la vegetación existente, hojas y flores, los acrílicos nos dejaban ver todas las posibilidades cromáticas y texturales de las plantas, troncos y ramas, a la vez que impresiones y otros componentes de la Alameda. Los efectos de la encáustica, serie de retratos anónimos, primaban, sin embargo, el esfuerzo técnico conseguido a base de mezclar ceras, pigmentos y color.

 

Tanto en las distintas series como en otras unidades de difícil agrupación, gran formato o vistas de conjunto, el ejercicio libre, o personal, del color, la estilización de las formas y la potenciación de las posibilidades plásticas, participaban al espectador de una nueva dimensión más allá de la que a simple vista puede observarse. Complementario o subsidiario un libro, aguada sobre papel y collage, contenía toda un variada impresión de fondos marinos, alusión y metáfora de la nueva dimensión mencionada. Volviendo al principio, la progresión del artista no ha pasado desapercibida y “a la luz del atlántico” nos deja ver a todos.

 

Juan Ramón Cirici Narváez

Profesor de Hª del Arte, Universidad de Cádiz

 

© fotografías: Juan Carlos Gonzalez-Santiago

Alameda de Cádiz

 

Acercarse e interpretar la naturaleza ha sido siempre el gran objetivo de los clásicos contemporáneos. Si para Gauguin el color era” capaz de alcanzar lo que hay de más general, y al mismo tiempo más vago, en la naturaleza: su fuerza interior”, para Cezanne el pintor no tiene otra misión “que calar la naturaleza en profundidad, reflejar su dimensión interna”.

 

Un acercamiento o intuición que en el caso de Candi entra en controversia con la idea totalizadora del arte como expresión y liberación de las emociones del autor. La Alameda de Cádiz, puede ser un conjunto o una serie de formas individuales.

 

Puede ser un paisaje vivo e interrelacionado o un repertorio botánico de plantas concretas e independientes. Pero a su vez, también y fundamentalmente, es el resultado de una experiencia existencial y contenido espiritual.  Para conseguir este lenguaje no se trata tanto de acudir a la reproducción formal, mecánica, de las especies como al conocimiento íntimo y profundo, científico de las mismas.

 

La otra cara, la de dentro hacia fuera, vendrá dada por el vigor de los trazos y la intensidad y efecto de los colores. Una gama cromática brillante y deslumbradora, en la que el esfuerzo personal y la indagación técnica encuentran la compensación de las superficies y los tonos, los reflejos y las calidades. Frente a la idea de una naturaleza urbana, dirigida y refrenada, la Alameda de Cádiz, se presenta como una elección barroca, conceptista, múltiple y desbordante. Acaso como un nuevo Jardín de las Hespérides.

 

Juan Ramón Cirici Narváez

Profesor de Hª del Arte, Universidad de Cádiz

 

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